El tiempo en las sesiones se vive a menudo como un paréntesis. Un oasis en medio de las prisas, del quehacer del día a día donde se acumulan las tareas, las citas, agendas, listas interminables y esa impresión de no llegar. Ese tiempo regido por Cronos, el dios que devora a sus hijos.
Cuando permitimos la pausa y ralentizamos, el tiempo tiene otro matiz, otra textura. A caso un tiempo fuera del tiempo, un tiempo conectado con un espacio interno. Parece que tiempo y espacio adquieren una dimensión diferente. Quizá sea ese tiempo llamado Kairos, ese tiempo íntimo, personal, el tiempo del alma.
Cuando nos relacionamos desde ahí, se crea un lugar común, estableciendo un vínculo atemporal más allá de los detalles de nuestra vida, de quienes somos o a qué nos dedicamos. Ese espacio/tiempo compartido nos invita al encuentro, muchas veces silencioso, permitiéndonos entrar en resonancia.
Texto Ina Dunkel
Foto @ayzamontse